Detrás del follaje distante
pasaba un tren, todos los vagones estaban iluminados, las ventanillas herméticamente
cerradas. Uno de nosotros entonaba una cantinela, pero todos queríamos cantar, nuestras
voces eran más veloces que el tren, balanceábamos los brazos porque las voces
no bastaban, las voces nos arrastraban a un tumulto que nos hacía bien. Cuando
una voz se mezcla con otras es como si se lo llevaran a uno con un anzuelo.
Así de espaldas al bosque
cantábamos para los oídos de los viajeros lejanos. En el pueblo los mayores
seguían despiertos, las madres preparaban las camas para la noche, ya era la
hora. Besaba al que estaba a mi lado, ofrecía mi mano a los tres que estaban
más cerca y echaba a correr por el camino sin que nadie me llamara.
En el primer cruce donde ya no
pudieran verme me volvía y atravesando campos retornaba al bosque.
Quise ir a
la ciudad del sur
de ella decían en nuestro pueblo:
de ella decían en nuestro pueblo:
–
allí hay gente extraña, imagínense, no duermen,
Pero por qué,
–
porque nunca están cansados,
Pero por qué,
–
porque están locos
¿Y los locos
nunca se cansan?
–
cómo van a cansarse los locos
...
Lo que se está leyendo pertenece a "Niños en la carretera" de Franz Kafka.
Ocurre en la película de Aki Kaurismäki El Havre
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