7 de marzo de 2009

Montepío

Monse se cayó anoche, le duele una costilla y me pide que cocine unos días en el Montepío.
Cree que en dos días, tres a lo sumo, vendrá su hermana Anita desde Málaga para hacerse cargo de todo. Hoy han sido sólo quince comidas, Mañana pondré un plato de cuchara y dos o tres segundos. De el postre casero se encarga Pedro el hermano de Monse, me informa que hay arroz con leche al estilo de su yaya.




Cocinar en el Montepío es muy sencillo. La cocina sólo tiene tres fuegos, no hay horno, el micro no lo cuento. La clientela está acostumbrada a la comida casera. Quieren las raciones generosas y que todo salga muy caliente. No se quejan de nada, comen deprisa y dicen que todo está bueno. En el piso de arriba echan la partida. He subido una vez, a un tal Tato una mujer le llama por teléfono. Sobre el tapete de fieltro verde he visto montoncitos de piedritas.


La mujer quiere saber, por lo que voy comprendiendo de los monosílabos de Tato, si va a tardar mucho todavía en llegar a casa y si cuando vuelva puede llevar algo de pan. Cuelga y pregunta, tenemos pan, si, tenemos. Y dónde está la Monse y a renglón seguido si tenemos algo dulce.


Son las cuatro y media. Apago el televisor que nadie mira. Le paso un cuenco con arroz con leche. Se lo come de pie, de espaldas a la tele apagada. En este silencio se oye el rítmico cuchareo. Me pregunta otra vez que dónde está Monse. Está mala, pero creo que mañana viene. Me pide canela. No hay canela Pedro no le pone. Dice no importa, está muy rico. Pide un agua con gas y tira escaleras para arriba subiendo muy despacito, el vaso de agua en la mano derecha un poco por delante de los ojos, como si fuera con un cirio alumbrándole los pasos.

Friego los cacharros y guardo todo en su sitio. Me voy marchando, se quedan esos de arriba con Pedro que parece que se unirá al grupo aunque sólo sea de miranda. Se nota que están jugando al mus pues por los comentarios que escucho todos han abandonado por completo la modestia.


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