9 de mayo de 2011

El silenciero/ Antonio Di Benedetto

     La bobina de encendido del Ford T es una especie de milhojas, hojas de hierro, puesto de canto. En el medio se le envuelve, o se desenvuelve, un rollo de cartón, y despide seis o siete cuernos retorcidos que la cinta aisladora ha suturado.
    Se le descuelga un condensador variable, que mi primo le ha acoplado; pero ya tiene ligado su destino a la bobina por una cable y no termina de caer, queda bailando.
    Mi primo agrega a la bobina dos filamentos delgados y modernos forrados de plástico brillante y colorido. Los eleva, los dobla, hace converger sus puntas, sin que se toquen.
    Saca la bobina del cordón de enchufe. Enchufa. Entre las puntas convergentes de los filamentos se forma una chispita que chirría, movediza. Desenchufa.   
    Mi primo dice: Ya está.
    Puede ser.
    Con otro cable, vincula la bobina a un receptor de radio; comienza a sintonizar y me encarga que, definitivamente, atienda. En la casa de al lado -estamos en la casa de mi primo- una radio se abandona a su oficio lenguaraz.
    Mi primo sintoniza. Me dice: Hay que buscar la misma estación.
    La encuentra, la música coincide. El unísono finge dos casas iguales.
    Mi primo conecta la bobina. Salta la chispa de los filamentos. La radio del vecino de llena de tormenta: las descargas, como piedras, rompen la música y amenazan la supuesta destrucción del receptor.





Alguien corre gritando: ¿Qué le pasa a este aparato?
    Golpes de caja, conjeturas entre un par de mujeres intrigadas, ráfagas de música (mi primo me indica que han hecho circular el dial) y luego viene otra recepción normal.
    Mi primo está al acecho, puesta la mano en el botón que localiza las diversas estaciones. Me sonríe y su sonrisa dice: Ya verás.
    Hace girar la banda y capta lo mismo que la otra radio está captando. Enchufa. Suscita nuevamente el caos.   
    Repite: Ya está.
    Ahora le creo.
    No obstante, la confusión, pared por medio, ha sugerido a las mujeres la catástrofe. Una, atribulada, busca saber:
    ¿Y el televisor, también se habrá arruinado?
     Prueban.
    Mi primo conecta su propio receptor, lo hace coincidir con el canal que recibe el otro y logra introducirle tanto estrépito que grita la mujer:
    ---¡Apáguenlo, que explota la pantalla!


Antonio Di Benedetto

"El hacedor de silencios"/ El silenciero (publicado originalmente en 1964)

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